Hay 314 concellos en Galicia y muchos nos resultan desconocidos y nos preguntamos dónde quedarán cuando damos con sus nombres, por ejemplo, en las listas de resultados electorales. Otros, sin embargo, sabemos que existen pero nunca nos paramos, son lugares de paso. Esto, he de reconocerlo, es lo que nos pasaba a nosotros con Vilaboa. Nunca fuimos muy conscientes de atravesarlo por la AP-9 camino de Vigo, ni tampoco cuando circulamos por la N-550 entre Pontevedra y Redondela. El pasado fin de semana nos resarcimos un poco de este desconocimiento de sus encantos disfrutando de la Lagoa de Castiñeiras como ya contamos y también de las Salinas de Ulló, sus principales reclamos turísticos y plan alternativo o complementario a las playas de la zona.
Las Salinas de Ulló, ubicadas en la parroquia de Paredes, son hoy en día una zona de protección especial por su biodiversidad incluida en la Red Natura 2000 y que se habilitado como lugar de paseo, y de ahí el nombre, sobre las antiguas salinas que empezaron a explotar los jesuitas a finales siglo XVII cerrando con un dique de mampostería una especie de estanque en un extremo de la ensenada de San Simón.
El paseo forma una cuadrícula. Tras dejar el coche en la carretera -el primer lado-, lo primero que hicimos fue observar las evoluciones de unas colonias de patos y también de bancos de peces.
Después, los antonautas tomamos el sendero peatonal de la derecha, que discurre entre las salinas y una zona de marismas y en donde nos entretuvimos, esta vez, con los cientos de cangrejos que viven en el fango.
Al fondo, cuando nos encontramos con un bosque de ribera, torcimos a la derecha para visitar la Granxa das Salinas, construcción del finales del siglo XVIII y principios del XIX que servía como residencia para los caseros y siervos de las salinas, además de instalaciones vinculadas a la manufactura de la sal. La senda, también ancha, es muy corta, pues tal y como señalaba el indicador, sólo tuvimos que andar 150 metros para encontrarnos con unos muros que acogen dos edificaciones en ruinas y completamente tomadas por la vegetación.
Claramente se observa que una de las casas es más humilde que la otra, tal y como evidencian el distinto tamaño de las escalinatas, las lareiras y las chimeneas, elementos que todavía permanecen en pie y en un aceptable estado de conservación. Ni que decir tiene que para los comandantes antonautas se trataba de casas encantadas, que, encima, estaban en la selva. El escenario perfecto para la gran aventura de la mañana.
Volviendo sobre nuestros pasos y dejando atrás un sendero señalizado que llega hasta el peirao de Acuña (2,5 kilómetros) y la ensenada de Larache (3,8 kilómetros), cruzamos ahora el reforzado dique de las salinas. Este cuenta con algunas aberturas que se cerraban con compuertas y permitían así almacenar agua para dejar que se evaporase quedando allí la sal.
El paso sobre el dique lo hacemos, pues, flanqueados a ambos lados por el mar -en nuestro caso, más bien por fango pues estaba la marea baja-, para alcanzar, al final, una zona más ancha en la que en su día se levantó un molino de mareas y que en la actualidad se abre a una pequeña área de descanso con bancos de piedra con vistas a la ría.
Afrontamos ahora el cuarto lado de la cuadrícula por un sendero empedrado y más agradecido en cuanto a vegetación, pues a los escasos eucaliptos y pinos de antes, se suman ahora otras especies como el carballo que nos van dando algo de sombra.
De vuelta a la carretera, cabe decir que un poco más adelante, en lo que sería el primer vértice de nuestro recorrido cuadricular, hay un circuito biosaludable y un aparcamiento más amplio.
Y tú, ¿conocías las Salinas? ¿Sabes de algunas otras en Galicia?
- Recuerda que, si compartes, nos haces un gran favor y que encontarás más lugares e ideas para viajar con niños en:
Facebook. www.facebook.com/antonautasnaiagosfera
e Instagram www.instagram.com/antonautasnaiagosfera